Psicologia y Salud Mental
…Grupalidad-es
¿Dónde poner el sufrimiento si no para? ¿Cómo se vive la vida? Estar al límite, el consumir más… Estar lejos de mi familia me tranquiliza… me quiero suicidar y no me dejan, no puedo callar mi cabeza, pozo sin fondo que si no te tiran una mano no se sabe qué hacer… terminar, terminar, terminar… (i)
Como epígrafe de comienzo les convido una cita de algunos de Ellos, interlocutores anónimos válidos que se expresan en dispositivos grupales de internación en salud mental (ii). En este breve texto compartiré algunas reflexiones a partir del ejercicio como psicoanalista en terreno institucional.
Las prácticas sin diván merecen un apartado especial en la agenda cuando se trata de alojar lo incierto e imprevisible de la urgencia subjetiva, la clínica del sin sentido, de cuerpos consumiéndose por vías anorexígenas de deseo, de un sufrimiento interminable.
Sin alimentar la maquinaria del amo “eficacia y tiempo”, propia de la marca de la época capitalista, se intenta producir algún efecto, generar alguna demanda en el menor tiempo posible. Nuestra presencia en los equipos interdisciplinarios viene siendo desde hace muchos años parte del campo institucional de la salud mental.
En Argentina, referentes institucionales como Enrique Pichon-Rivière, José Bleger, Fernando Ulloa, Jorge García Badaracco y tantos otros nos dejaron un legado de experiencias y conceptualizaciones teórico-clínicas propias de un psicoanálisis sin diván, situado y vital.
La clínica psicoanalítica inaugura una forma de pensar radicalmente original, un nuevo campo epistémico, contamos con una teoría de la clínica (técnica), un pensamiento clínico (Green-Uribarri, 2015), es así que podremos intervenir en cualquier escenario donde se nos requiera, con el encuadre interno en la mente del analista.
La escucha de Ellos
La multiplicidad de narraciones inauditas se expresa espontáneamente, el lenguaje colapsa, donde cada uno/a de Ellos intenta comunicar algo en su propia lengua.
Algunos breves relatos de los registros que resuenan una y otra vez: “Estoy aquí internado porque las presiones económicas y laborales me están haciendo consumir más, estoy al límite, estar aquí me hace sentir segura y contenida”. “Frente a las presiones sociales las ansiedades acosan”. “¿Cómo se vive la vida?”. “Desde que ingresé puedo pensar más tranquila, es día a día… esperando… estar lejos de mi familia me tranquiliza, estoy más suelta… acá te das cuenta de que no sos el único que sufre”. “Estoy pudiendo hablar, me voy para adentro, me cuesta pedir ayuda, se te junta todo, aquí me siento en familia, si falla uno está el otro”. “Consumía porque estaba deprimida, me tranquiliza”. “Quiero golpear algo, no puedo callar mi cabeza, me quiero suicidar y no me dejan”. “El grupo contiene, entra y sale gente, ya nos conocemos de entrada, sabemos calmar al otro, ya sabés qué hacer con la otra persona”. “La internación es una pausa para reflexionar, pausar todo, la depresión, terminar con el sufrimiento, es un pozo sin fondo, si no te tiran una mano no se sabe qué hacer, terminar, terminar… es el infierno y el miedo que te arruina todo, hay una falta de equilibrio que te hace perder parte de la vida… un desbalance… hay algo denso en lo sutil… pensar, sentir, reflexionar y alguna decisión tomar para mi vida…”. “Los impulsos son difíciles de controlar, la ansiedad está hecha de inseguridad, miedo, enojo, desesperación, bronca… se te junta todo, se pasa del enojo a la tristeza en segundos”.
El vacío insoportable, el abuso, la ambulancia que lo persigue, que lo trajeron injustamente por error, que quiere terminar, terminar, terminar y no lo dejan.
Justo allí intervenimos con la escucha y la palabra en diálogo. Se requiere del pensamiento loco del analista para darle inteligibilidad (Green, 1996) y así poder darle una textualidad frente al vacío de ex-sistir.
Murmullos de sordos que hay escuchar, aunque nada tenga sentido. Vivir les resultaría intimidante. El paisaje actual en la práctica clínica es un plano resbaloso y deslizante en el que es complejo incursionar, comprender algo de las subjetividades en riesgo. “Se trata de escuchar en otra lengua, con otros códigos y signos de los cuales no sabemos nada, la palabra fue tomada como cosa. Es necesario callar y sólo escuchar, cada palabra, cada gesto, no sabemos cómo puede ser interpretado; fragmentos, balbuceos, gestos nos intentan comunicar algo”. De a poco, bordear con la palabra, bordar también a la manera de un artesano. La psicosis se muestra sin pudores, así, enigmática; uno busca un sentido posible en los núcleos de verdad contenidos en el delirio, apostar al posible hilván de alguna trama que pueda albergar un Yo en peligro de extinción” (De Cara, 2017).
Ir al compás de los cambios implica una plasticidad, captar la movilidad de los cambios sociales, su dinamismo interno, es una clave posible para apreciar los cambios de costumbres que se operan en la cultura contemporánea. Es bien cierto que el excesivo y vertiginoso cambio amenaza con invalidar nuestras intervenciones.
El intento de suicidio permite empezar a hablar de Ellos/ Elles: alojados y alejados de su familia pueden decir que su nombre no los identifica, identidades móviles y porosas que no alcanzan a dar albergue a su ser. Hay en Ellos una obsesión por el sentir lo no sentido. Infligirse dolor para sentir que están vivos. El imperativo de hacerse daño, consumos de sustancias embriagadoras que los hagan sentirse vivos.
Sus modalidades transferenciales de intensidades disruptivas, una y otra vez, intentarán sabotear la apuesta libidinal de la escucha y la mirada; por añadidura, se generan lazos espontáneos y azarosos que irán haciendo lo suyo en el devenir de la internación.
¿Aislamiento en la internación, o espacio para generar lazos? El aislamiento como envoltura artificial protésica permitiría la inoculación de anticuerpos psíquicos, dar a luz algo nuevo con las versiones pasionales de angustias incognoscibles, entre idas y vueltas disruptivas ofrecer un albergue que los deje a salvo de sí mismos. Por tramos entrecortados, entre puntada y puntada ir armando una trama (red) de sostén.
Aislamiento como un refugio. Refugio: como espera que nunca es dueña de lo que aguarda. La espera trastorna lo ya conocido, lo ya visto, la incertidumbre habita en quienes esperan. Un Otro que se dispone a esperas sin memoria y sin deseo, rehusándose a respuestas, tolerando incertidumbres. La espera como columna vertebral del discurso amoroso: “La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme”, escribe Roland Barthes (2021).
La Institución como refugio que aloja los desbordes de formas particulares de Goce devorador no es la vuelta de la represión en las neurosis, ni del repliegue de la psicosis. Es en el desborde que se podría construir un reborde precario en el que puedan sostenerse, para ello hay que volver a trazar cada día.
Una cualidad importante para destacar es el movimiento y la transitoriedad de los integrantes del grupo, donde el continente institucional funciona como una base invariante.
Hace unos años llegó a mis manos un libro de Pascal Quignard (2011) que habla de un personaje con poca prensa en los mitos llamado Butes. Refiere que Ulises fue el primero en hacerse atar de pies y manos al mástil de su navío para luego poder escuchar el canto de las sirenas sin caer en la tentación irrefrenable –poder escuchar el canto del otro– de esa música órfica que amenaza con el encantamiento –y la muerte es segura–. Butes, un remero, salta, va al encuentro con esa música, se arroja dándose muerte segura. Dice allí Quignard:
“La primera vez que la forma de análisis aparece en el mundo griego se sitúa en el verso 200 del canto XII de la Odisea de Homero […] De este modo, el primer análisis catalogado representa el momento en que son desatados los nudos que atan a Ulises, una vez que ha pasado sin morir el Lazo de las atadoras”.
Atar para luego desatar. Eso hacemos en la institución, atamos, tejemos redes de contención, devolvemos la mirada, para luego, pasada la tormenta, empezar a desatar.
Pensamiento clínico
Trabajamos en esa zona de frontera propia de la compulsión a la repetición de la clínica del más allá. El dispositivo, utilizando los beneficios del inconsciente grupal, que opera como una caja de resonancia de lo reprimido, lo escindido y lo no simbolizado.
Cito en la viñeta de inicio “terminar, terminar, terminar”. Algún auxilio frente al panorama que se presenta desolador, me pregunto: ¿Acaso es una caja de resonancia de lo que sucede a nivel social? ¿En la dificultad en la construcción de lazos? El suicidio viene cotizando en alza y no hay respuestas de políticas públicas que dimensionen los gritos silenciados. Intervenir en situaciones de urgencia subjetiva implica un acto por parte del analista, implica intervenir en territorios devastados, con familias desmembradas, que deambulan a la deriva de una institución a otra en búsqueda de una solución. Al estar alejados por unos días de su entorno habitual –separación fáctica y transitoria– se generarían algunos movimientos de investidura libidinal, una oportunidad para volver a hacer lazos. Las manifestaciones clínicas en el caso por caso a veces dan muestras de ello.
El Deseo como deseo de vida, deseo como fuerza deseo de mundo está en riesgo. En el mito de Eros encontramos pasajes que alternan caos y despejes amorosos, amor y odio conviven en Eros siendo la fuerza fundamental para investir el mundo. Los dioses nos mezquinan algo y hay que robarlo. En el mito hay un espacio intermedio que nos invita a ver algo entre líneas, que vela para mostrar algo, porque la cruda realidad necesita velos, hay goces que se mueven impiadosos, traen consigo sufrimientos que nos hablan de la falta de consistencia, la falta de contención, el vacío que da contenido al sinsentido, sumado a los últimos años en que los lazos de contención del Estado han ido desapareciendo.
¿Hay una erótica en riesgo en el mundo contemporáneo?
La erótica está en las formas en que nos relacionamos, en las formas de vida que construimos, los ritmos del encuentro y desencuentros. La conectividad digital viene siendo la forma de lazo en ausencia de cuerpo, la otredad, lo difuso, lo ambiguo de todo lo que puede ser construido en nuestra la cultura, el malestar in-soportable valida cualquier alternativa –el consumir más de lo que sea que justifique una felicidad interminable–.
Territorios en disputas de cuerpos vivos que se componen y se descomponen permanentemente, bordes difusos de la clínica del vacío expresada en la ausencia de contradicciones propias del inconsciente, a la vez que se devoran la vida, la rechazan, el sí y el no son lo mismo.
La falta de la falta quita potencia al deseo, que es debilitado frente a la oferta interminable de objetos gadgets de ilusoria autonomía, quedando presos de una fusión interminable. ¿Cómo se hace ser otro sin la separación? ¿Se puede ir siendo sin perder? Hemos pasado así del énfasis maníaco en la disolución de diques y fronteras a la necesidad de su restablecimiento y fortalecimiento de la seguridad. La intoxicación maníaca y perversa del discurso capitalista en su fase expansiva no ha dejado más que un montón de cenizas a su alrededor. Cada vez es más difícil asociar la vida con el significado; la existencia no se experimenta como existencia, apertura, deseo, trascendencia, sino que se ve impulsada a encerrarse en sí misma, afirma Massimo Recalcati.
La necesidad de presencia supera la experiencia de la ausencia, y la capacidad de estar solo en presencia del otro se torna una quimera. La relación con el objeto ya no sería transicional sino a perpetuidad, el trabajo de vivir para –el objeto–, quedar pegado, lo aliena en una ilusión mortífera que no soporta el duelo de la Cosa.
Con o sin diván, ¿y ahora qué?
La construcción de lo común se necesita para volver a investir el mundo en tiempos de sequía libidinal.
El presente es extraño y nuestro futuro nunca fue otra cosa que una serie de preguntas sin respuesta. ¿Estamos siendo testigos simples de aquello a lo que asistimos, o reconocemos que somos parte de estos cuerpos-mentes en mutación?
André Green (1996) advertía hace tiempo que el mayor riesgo para el futuro del psicoanálisis es la declinación y posible caída del pensamiento psicoanalítico, del espíritu del psicoanálisis, del estado mental específico que habita al analista durante su trabajo y su pensar. Con o sin diván el psicoanalista con su encuadre interno no retrocede.
¿Estamos los analistas cambiando lo que haya que cambiar? Estamos advertidos, hay una dimensión de subjetividades en riesgo a la espera de una escucha con benévolo escepticismo.
En la posibilidad de alojar lo di-verso de la época en la que estamos situados, inscriptos en momentos históricos y geográficos, tengamos en cuenta que los conceptos no están exentos de esos ribetes contextuales y que pueden obturar una escucha libre. La determinación de la fantasmática subjetiva está determinada por la época y los discursos de poder, una arqueología del propio discurso es estructural de la hibridez que constituye el psicoanálisis, que va ocurriendo en el corpus mismo y en la que se da una confrontación de alteridades teóricas que van siendo yuxtapuestas. El diálogo constante con otras disciplinas sería una de las condiciones del mantenimiento del discurso psicoanalítico, contra un dogmatismo imaginario, ampliando el campo de escucha, lo suficientemente atenta a las demandas en clave de la erótica contemporánea.
En práctica riesgosa, se requiere de la invención y puesta en acto de su manera de trabajar, de permanecer frente a los embates de verdaderas aventuras transferenciales que fluyen pasionalmente. Caprichos de las demandas a los que no hay que ceder, ir encontrando la distancia óptima para no quedar atrapado en ella; lo suficiente como para no quedar tan lejos en la supuesta neutralidad, que puede ser vivenciada como la repetición de lo caótico y mortificante en el psicótico. Ese espejo roto de un imaginario que no alcanzó su estatuto organizador.
Estamos en esas zonas de los límites de lo analizable, por lo tanto, la imaginarización de la escucha por parte del analista está en juego, su preconsciente al servicio de ligadura, prestar pensamiento implica una destreza de ajustarse a la plasticidad de las cosas.
Pompeyo Audivert, actor y dramaturgo, que describe su técnica de transmisión teatral como “el piedrazo en el espejo”, nos nutriría para pensar la posición del analista sin diván. Afirma Pompeyo (2022):
“Creemos que el impulso que nos lleva a hacer teatro… es una suerte de excitación poética sin referente, una pulsión de otredad, el deseo de dar un salto a la identidad profunda, a la estructura. Pero al entrar en las academias o escuelas, los que sentimos ese deseo de extrañamiento, los actores informes […] somos remitidos a los formatos representativos del teatro espejo. Si quieres actuar, se nos plantea, tienes que inventarte una serie de normas […] si no estás dispuesto a establecer estas coordenadas no te subas a nuestro escenario […] pareciera que no hay otra forma de actuar, de darle cauce […] el deseo de actuar, al igual que el de pintar, bailar, cantar, escribir, es un deseo poético y como tal debe ser defendido de las tendencias unidimensionales del mundo histórico. Romper el espejo no para evadir la relación refleja, sino para llevarlas a sus asuntos de fondo […] los fragmentos en que se ha transformado el espejo pasan a funcionar en una nueva forma de producción caleidoscópica, desalineada […] innominable…”.
Haciendo una osada analogía con las palabras del actor, director y dramaturgo porteño, frente a la locura estallada, se requiere de actores-psicoanalistas desalineados, informes. Romper el espejo no para evadir la relación refleja sino para minimizar el riesgo de quedar fijados en un espejo que nos devuelva siempre lo mismo y nos perdamos de escuchar la diferencia.
Trabajando en los márgenes de la clínica del vacío como analistas sin diván, con disponibilidad a la escucha en atención flotante y la palabra asociativa para una clínica innominable, algo del orden del deseo quizás aparezca.
La sinrazón de la locura y sus núcleos de verdad en el delirio. En palabras de Artaud: “soy un fanático, no soy un loco”. Y continúa: “Cualquier fanatismo que no sea fanatismo de grupo es precisamente lo que la sociedad entiende como locura”.
La institucionalización del alienado genera un estigma, pacientes con tantos años de “carrera en la enfermedad” (Goffman, 2001) sin que nadie los mire ni escuche. La monotonía, la estereotipia o la naturalización del sufrimiento psíquico los borra como Sujetos.
Las voces de la locura siguen en el imaginario social representando algo del orden de lo no representado –de lo indecible, de lo no dicho– en una familia, como ecos de los “juegos de poder” (Foucault) que se juegan en los modos sociales de la posmodernidad. Cuánto de locura hay en la realidad actual y cuánto de locura hay desde el inicio del sujeto humano al nacer. Cuánto de loco en la repetición del circuito pulsional que acicatea siempre con lo mismo. Encontrar otras vías colaterales, al decir de Freud.
Frente al habla perdida, habrá que oponerle potencia vivida. La palabra viva y vivida se convierte en la palabra recobrada, corazón del reencantamiento del mundo.
Frente a los encargos, buscar desvíos… La historia del arte está en la expresión sostenida de nuestra necesidad de compartir experiencias, dolores, alegrías o asombros con los otros, pequeños relatos que nuestras bocas depositan en oídos ajenos, intentando agregar algunas palabras al gran relato –como equilibristas– del mundo. También, como lectores, olvidamos muchas veces que un cuento o una novela no muestran una historia, unos personajes ni unos hechos, sino que construyen una voz, que nos habla acerca de unos personajes, una historia y unos hechos. Sería así que, con mi narración, con mi voz, los dibujo otros. Es a partir de Ellos/as que puedo narrar una historia. Cada uno se dibujará una historia propia, imaginamos esa historia, le ponemos rostro y voz al personaje. Acaso un lugar para el analista, como el escritor o el narrador, adentrarnos en otras condiciones de vida para comprender un poco la condición de cada sujeto. Frente a los encargos, los desvíos…
Bibliografía
Audivert, Pompeyo (2022). Teatro Estudio El Cuervo. Material para Alumnos. Disponible en:
https://www.teatroelcuervo.com.ar/material-para-alumnos/f27721cc-ba48-4c57-ada4-110748fab8f0
Barthes, Roland (2021). Fragmentos de un discurso amoroso. Buenos Aires: Siglo XXI.
De Cara, Patricia (2013). Pasión por pintar. Symposium Asociación Psicoanalítica de Córdoba. Inédito.
De Cara, Patricia (2017). “Los equilibristas”. Trabajo presentado en el Symposium Asociación Psicoanalítica de Córdoba.
De Cara, Patricia y García, Helio (2017). “La locura, el psiquiátrico, lo íntimo”. Trabajo presentado en el Congreso Internacional de Psicoanalistas en Formación, Buenos Aires, 2017.
Deleuze, Gilles (1994). La literatura y la vida. Córdoba, Argentina: Alción Editora.
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Green, André y Uribarri, Fernando (2015). Del pensamiento clínico al paradigma contemporáneo. Buenos Aires: Amorrortu.
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Le Poulichet, Sylvie (1996). El arte de vivir en peligro. Del desamparo a la creación. Buenos Aires: Nueva Visión.
Ley de Salud Mental No 26. 657 (2010). Reglamentación 2013. Disponible en: https://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/175000-179999/175977/norma.htm
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Recalcati, Masssimo (2015b). ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época hipermoderna. Barcelona: Ediciones Xoroi.
Notas
(i) Reconstrucción de cita anónima del grupo terapéutico en internación de agudos en Clínica Saint-Michel.
(ii) Ley de Salud Mental No 26. 657. Reglamentación 2013. ARTÍCULO 14. — La internación es considerada como un recurso terapéutico de carácter restrictivo, y sólo puede llevarse a cabo cuando aporte mayores beneficios terapéuticos que el resto de las intervenciones realizables en su entorno familiar, comunitario o social. Debe promoverse el mantenimiento de vínculos, contactos y comunicación de las personas internadas con sus familiares, allegados y con el entorno laboral y social, salvo en aquellas excepciones que por razones terapéuticas debidamente fundadas establezca el equipo de salud interviniente.